De Izq. a Dcha: Arriba: Guti, Iván, Jorge, Quique, Toty, Nano. Abajo: Juan Carlos, Marín, Miguel Ángel, José Luis, Ramón, José. |
Hace ya bastantes años, el día 1
de mayo de 1886, comenzaban unas jornadas de lucha obrera en Chicago que se
saldaban finalmente con la muerte de varios sindicalistas que exigían una
jornada laboral de 8 horas (los Mártires
de Chicago).
Por eso se eligió el 1 de mayo para celebrar el Día
Internacional de los Trabajadores, fiesta del movimiento obrero mundial.
«ocho horas para
el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa»
Como la cosa no está para
quitarle horas al trabajo, nosotros se las quitamos al sueño y a la casa para
destinarlas a correr por el campo.
Este 1 de mayo los CxC
correríamos sí o sí. Pensábamos hacerlo por la zona del embalse del Vicario,
pero el día de antes surgieron varias opciones: los Bomberos harían una salida cortita por la zona de Picón con unos
amiguetes que querían comenzar a dar zancadas por el campo. Serían 15 km
suaves. Por otro lado, los Quijotes Transalpinos (ahora Transvulcánicos)
querían irse a la Sierra de la Calderina para hacer unos 25 km con el desnivel
que fuera menester para llegar a punto para su participación en la carrera dela isla de La Palma.
No sé cómo Juan Carlos unió sus
ganas de correr con las ganas que tenía Nano de ir a trotar un rato por La
Calderina, pero, al final, nos decidimos por la versión más larga y dura (con
perdón) de las tres. Bueno, sí lo sé. Juan Carlos le dijo a Nano que serían
solo 15 o 20 kilómetros. Seguro que se equivocó y le bailaron los números.
A las siete y media de la mañana
del día 1 salíamos para allá Juan Carlos, Nano, Ramón, Jorge y yo. En otro coche
irían Toty, Miguel Ángel, Guti, Iván Manzano y Marín. Desde Los Yébenes
saldrían José Luis y un colega suyo que no conocíamos: José. En total, doce.
A las 8:20 empezábamos a trotar
todos juntos desde un descansadero de la Ruta del Quijote situado a unos dos
kilómetros del pie de La Calderina. Hasta allí el ascenso era muy suave, tanto
como el ritmo que llevábamos. Desde el comienzo de la subida a la Calderina
hasta su cumbre hay casi cinco kilómetros de pista con un desnivel constante.
Pronto estábamos arriba.
Mientras subía pensaba en la
diferencia de percepción que vas teniendo con el paso del tiempo y de los
kilómetros. Hace un año y ocho meses acudíamos por primera vez a La Calderina.
Ramón aguantó la tirada y subió corriendo, pero ni Luis ni yo fuimos capaces.
Se me hizo eterna, tuve que parar varias veces a andar y cuando paraba ni andar
podía. Sin embargo, después de este tiempo y, sobre todo, de muchos kilómetros
en las patas, la cosa se ve de otra manera. Se me hizo muchísimo más corta, más
suave y más bonita. ¡Cosas del “celebro”!
Arriba nos hicimos las fotos de
rigor, echamos un trago, picamos algo (yo, gominolas) y vimos el siguiente
cerro que había que subir. Desde allí se veía bonito. Acto seguido iniciamos el
descenso, pero para variar y no aburrirnos a mitad de bajada nos “tiramos” por
un cortafuegos que nos sirvió para disfrutar, poner a prueba los tobillos y
decir sandeces sin ton ni son (Los de CxC, claro. Los otros son muchachos
sensatos)
Una vez abajo enfilamos el nuevo
objetivo, otro cortafuegos (esta vez para subirlo) que estaba a unos dos
kilómetros y medio. La cosa empezaba razonable, pero poco a poco se iba
poniendo dura (c.p.) hasta el punto de cagarte en la madre y el padre del
cortafuegos. Así que hubo que poner la reductora, echarle paciencia, cuádriceps
y gemelos. Como era de esperar, Juan Carlos, José Luis e Iván iban en el grupo
de cabeza, en el que también se coló Guti, como si aquello fuera para ellos más llano que para nosotros. Nosotros -para controlar el
tema, no porque fuéramos echando los higadillos- cerrábamos el pelotón por este
orden: Jorge, Ramón, Yo, Miguel y Nano que, en aquellos momentos, se acordaba
de todas las generaciones pasadas y futuras de Juan Carlos. – Y que quince o veinte kilómetros. –
Decía con cara de pocos amigos
Menos mal que arriba echamos un
trago y yo, como experto nutricionista que soy gracias a los muchos años que me
vengo nutriendo, les enseñé a los demás los magníficos geles que llevaba esta
vez para recuperarme del esfuerzo y reponer hidratos y proteínas para seguir
como una moto. Geles de atún en forma de empanada envuelta en papel de
aluminio. No es que estuviera bueno, es que te dejaba nuevo. Llevé dos trozos y
uno de ellos fue repartido y degustado entre los más valientes.
Ahora tocaba crestear por una
zona preciosa de toboganes de unos dos kilómetros y medio. La vista era
espectacular. Lástima que Jorge empezara a notar molestias estomacales
(seguramente por no haber comido empanada). Nano también iba bastante tocado
por una sobrecarga en los aductores. Menos
mal que el amigo Toty (el cuidador) iba a su lado, con su cámara, dándoles
palique para que se les pasara más rápido. La verdad es que Toty es la “madre”
del grupo, sin duda.
Desde allí ya solo quedaba bajar (2,5
km) y llanear (6 km), cada uno a su ritmo. Sin embargo, de vez en cuando, los
primeros esperaban a los últimos para reagruparnos.
En la última parada me hice el
valiente y seguí el ritmo de dos de los crack del grupo (Juan Carlos e Iván) y,
sorprendentemente, conseguí llegar al final a la misma vez que ellos -y antes que los demás- lo que hizo
que terminase con unas sensaciones extraordinarias.
Camiseta seca, estiramiento, unas
risas, unas fotos y para casa, no sin antes parar a tomar un par de cervezas
para reponer ácido fólico, que es muy importante según Txus Mari.
En definitiva, 26 km y pico de
carrera, unos novecientos metros de desnivel positivo y un buen rollo
espectacular.
Quizá haya que ir pensando en
darles un toque a los Bandoleros del
Guadarrama para ver si les interesa una sección de Bandoleros Manchegos que, como ellos, disfrutan enormemente de la
naturaleza, el deporte, la compañía y los post (o entrenamientos pasivos en
barra o mesa de bar)
*Por cierto, ¿quién hizo la foto de grupo?
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