Miguel, "the hunter" |
Jorge nos dijo que estaba hasta los mismísimos de levantarse temprano. Además, esa misma tarde tendría que trabajar. Es lo que tiene el periodismo deportivo...
Miguel Ángel estaba dispuesto a todo.
Guti lo estaría la noche anterior (la del sábado), así que no podríamos contar con él.
Luis estaba con los últimos retoques de no sé qué historias que tenía que hacer y decir en Alemania, en alemán, sobre lo suyo (el derecho administrativo).
Y yo, como siempre, deseandico.
Eran las nueve de la mañana del domingo cuando Miguel y yo recogíamos a Jorge para ir a Valverde, un anejo de Ciudad Real.
El día se había levantado azul celeste. ¡Qué gusto!
Nada más salir del pueblo, en vez de por las pistas que van directas a la laguna de la Posadilla, nos metimos a la izquierda para empezar a subir monte desde el primer momento. Es un camino que lleva a unas huertas que, por cierto, tienen unos cobertizos que parecen de otro tiempo y unos perracos que parecen de otro mundo (menos mal que no estaba Luis). El camino se acaba pronto, pero nosotros seguimos a "tronchamonte" para no bajar ni un metro de desnivel y seguir subiendo. Al rato vemos que la vía pecuaria que viene desde el puente de Alarcos estaba más abajo, en perpendicular a nosotros. ¡Para abajo! Desde allí, seguimos la vía pecuaria hasta donde está el cartel que anuncia el Volcán y la Laguna de la Posadilla y, en vez de rodearla como solemos hacer últimamente, decidimos ir rectos por medio de un olivar hasta desembocar nuevamente en el camino que pasa por detrás de la "casa de la Posadilla" para enlazar con la ruta del Quijote. Sin embargo, al llegar al punto más bajo tenemos que parar. El agua acumulada tapa el camino y todo lo que hay alrededor, lo que hace que demos un rodeo para no mojarnos hasta el corvejón. Pronto alcanzamos -y cruzamos- la carretera que une Alcolea de Calatrava con Corral de Calatrava. ¡Asfalto! ¡Qué angustia! Menos mal que solo son cinco metros de un lado al otro de la calzada. Desde allí comenzamos a subir hasta una antena de televisión, pero por senda, como nos gusta. Miguel empieza a demostrarnos que hoy está más fuerte que el vinagre y Jorge, que lo está un poco menos, saca ese lado prudente suyo que solo utiliza cuando cree que no puede seguir el ritmo del más rápido. ¡Hay que andar, cojones! ¿Me vas a llevar así por el Mont Blanc? - me exclama a mí el animal de él, por no decirle a Miguel "ve más despacico que me quedo atrás". Aunque solo lo piensa, porque en realidad no tiene razón. Es verdad que se ha saltado unos pocos entrenos, pero es más duro que el pico de un arcón y más cabezón que un guarro. Seguimos...
Después viene un llano, desde donde podemos ver a un solitario ciclista que, sin saberlo y sin que ninguno digamos nada, hace que apretemos el ritmo. La semana pasada fui yo, pero esta vez es Miguel Ángel el que clava su vista en él y deja de hablar. Pronto llegará una buena subidita donde puede recortarle la ventaja del llano. Miguel Ángel empieza a alargar su zancada. Empieza la caza. Jorge y yo vamos más despacio viendo la jugada. Lo coge. Fijo.
Jorge echa a andar, yo sigo subiendo estilo "Chiquito de la Calzada" con los pasitos muy cortos, casi en el sitio, como cuando el personaje se echa la mano derecha a los riñones, da un saltito y dice "no puedorrrlll".
¡Luego yo soy el puto "picao"! - Oigo decir a Jorge por detrás.
Llegando a arriba, mientras Jorge renegaba por detrás |
Miguel Ángel está a cinco metros del ciclista. Cuatro. Tres. Dos. Uno. El ciclista lo ve y se queda loco. Lo ha alcanzado antes de llegar a arriba y, por si no tiene bastante, le saca 10 metros en los últimos 30 metros de subida. Miguel Ángel ha vuelto a experimentar, como la hicimos todos la semana pasada, un orgasmo deportivo. Da un gustico pillar a un ciclista en subida...
Desde allí, la parte alta del volcán de Peñarroya el paisaje es espectacular. El campo está verde, la laguna abajo, al fondo. Echamos un trago de agua y, para abajo, echando leches. Disfrute total. Bajada serpenteante primero y después encajonada entre jaras verdes que salen por encima de nuestras cabezas. Pudimos decir "¡Cómo está el campo!" unas doscientas cincuenta veces.
Laguna de Peñarroya al fondo |
Pronto llegamos a la laguna. Ahora había que coger nuevamente la ruta del Quijote. Había que cruzar agua, cosa que hicimos sin ningún problema, salvo el propio de mojarnos hasta la altura de los tobillos. Rodeo, subida corta y, de nuevo, bajada espectacular por senda hasta casi la cota del río Guadiana.
Las mochilas aireándose mientras almorzamos |
Allí daríamos la vuelta para volver por el mismo sitio. Pero antes había que reponer fuerzas. Bocatines cortesía de Miguel y barrita energética de postre, trago de agua, comentarios sobre la belleza de la ruta y otra vez para arriba. Antes de empezar dijimos que andaríamos, pero allí no anda ni Dios. Jorge se pone en cabeza para mantener un ritmo absolutamente constante para subir el casi kilómetro y medio de senda. Lo borda. Nos lleva de lujo. Nos vuelve a demostrar que es un torito de piernas poderosas y culo desproporcionado.
El resto del "viaje" disfrutamos lo mismo, pero subiendo lo bajado y bajando lo subido. Cuando pasamos los veinte kilómetros Jorge nota algo de cansancio que hace que comamos un platanito y bajemos un poco el ritmo, lo que le jode sobremanera. Ahora sí es posible que eche en falta algunos entrenos de las últimas semanas. A pesar de eso, supera con creces el trámite y pronto estamos de nuevo en Valverde más contentos que unas Pascuas.
Al final, unos 28 km y 600 y pico metros de desnivel positivo en tres horitas disfrutando de correr, del paisaje y de la compañía. ¡Cagüenlaleche, qué bien lo pasamos!
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