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Después de padecer
unos terribles terrores nocturnos durante la infancia y parte de la
preadolescencia me convertí en lo que podría denominarse una marmota.
Me encanta dormir.
Soy un tipo de
biorritmos nocturnos. Si a eso le sumas mi especial tranquilidad (mi abuela
siempre decía que era un “huevazos”) el resultado es un tipo con poca prisa
para acostarse y mucha menos para levantarse. Eso –lo de levantarme- me cuesta
horrores.
Me encanta dormir.
No tengo problemas de
insomnio. Tampoco tengo el sueño ligero y, aunque me levante en mitad de la
noche, vuelvo a dormirme como un bendito como si nada hubiera pasado. Y si me
dicen que tengo que dormir, me duermo. A cualquier hora. Me da igual que entre
luz por la ventana o que me encuentre en la más absoluta oscuridad. No
“extraño” camas y las “cartas de almohadas” de los hoteles me parecen una
broma. No echo de menos la mía y me da
igual si ésta es dura, blanda, alta o baja. No necesito pijama. No me muevo. No
doy ruido. No ronco. Simplemente duermo.
Me encanta dormir.
Aun recuerdo a mi amigo
Paco zarandeándome en las mañanas de los fines de semana para despertarme. Cuando
llegaba a casa a la hora prevista –para ir a un entrenamiento, a un partido de
balonmano, a la piscina o, simplemente, a dar una vuelta- yo aún estaba durmiendo. Daba igual que hubiéramos
quedado a las nueve que a las once. Mi madre, cansada de intentar levantarme
sin conseguirlo, le decía que pasara a llamarme a ver si así –aunque fuera por
vergüenza- me espabilaba de una vez. No sabía mi madre lo duro que soy yo para
la vergüenza. Bueno, sí lo sabía, pero no quería admitirlo. Al final, siempre llegábamos tarde. Después, cuando ya
fui más talludito, recuerdo que, si salía por la noche y llegaba tarde, me pasaba el día
durmiendo. El sábado y el domingo me levantaba a comer, eso sí, pero me volvía al “sobre” con el último
bocado del postre en la boca.
Y nada me quita el
sueño. Ni el café, ni la coca cola, ni el te, ni la prima de riesgo… A veces me
viene a la cabeza algo relacionado con el trabajo pero, al final, me da un
sueño pensar en el trabajo… Cuando quiero darme cuenta estoy dormido. Y no
tengo pesadillas, ni sueños raros, ni nada de nada. Por eso no tengo bastante con un despertador. Ni siquiera me fío del segundo. Y me encanta quedarme un rato "perreando" en la cama, saboreando esa temperatura ideal del momento antes de poner un pie en el suelo.
Me encanta dormir.
Por eso, cuando le
digo a mi madre que algunos días me levanto a las 5:15 de madrugada para correr
no se lo cree. Y eso que le digo que
me voy con César y Nano, los gemelos. Los conoce y sabe que son buena gente. A pesar de eso, cree
que estoy loco. Y, lo peor de todo, es que las madres siempre, siempre, siempre tienen razón y se salen con la suya.
¡Uy! las 00:12. En cinco horas me levanto. ¡Me voy a la cama! Me encanta dormir.
1 comentario:
Jodío, ¡ya me está entrando sueño!
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