19 sept 2013

Vivaqueando por el campo (3ª parte... y última)

Estábamos jodidos, bien jodidos...

Seguíamos avanzando hacia la carretera, sin decir nada. Cada uno iba haciendo sus cábalas, pero no era cuestión de ponerlas en común. Lo único que había que hacer era seguir... Seguir y pensar en algo positivo. Por eso, tal y como habíamos hecho cuando no encontrábamos la Cañada Real, volvimos a recordar que al día siguiente, el sábado, habíamos quedado en casa de Carlos y Anne. Nos habían invitado a cenar unos solomillos a la parrilla para que probáramos con los mismos una salsa verde que Carlos había logrado hacer muy parecida a la que te ponen en el Restaurante "El Churrasco", de Córdoba. Carlitos es un fenómeno. Y un buen bebedor de cerveza. Así que nuestro consuelo era ése: Que al día siguiente nos inflaríamos de cerveza y solomillo con salsa verde en casa de Carlos y Anne.

De repente, oímos un ruido. Era un motor. El de un coche. Al momento vimos aparecer un todo-terreno blanco a gran velocidad que venía hacia nosotros. Debía ser el vehículo blanco que habíamos visto antes, cerca de la vivienda de la finca que estábamos atravesando. Paró a nuestro lado.

- ¿Qué hacéis vosotros por aquí?
- Sabemos que no deberíamos, que es privado, pero...
- Menudo susto me habéis dado, cuando os he visto he creído que llevabais escopetas.- Dijo señalando nuestros bastones.
- Es que nos hemos quedado sin agua. Íbamos por el camino de Juan Cantos con intención de llegar al Embalse de la Fresneda, bordearlo y bajar hasta la carretera que llega a Viso del Marqués para poder beber allí y rellenar las mochilas.
- Subid.

Sin decir esta boca es mía, obedecimos. Nos llevó de nuevo a la vivienda donde poco antes no habíamos encontrado a nadie. Nos dejó en el coche y se metió dentro. Podía ser que hubiera pasado a por una escopeta para darnos dos tiros y habernos enterrado un poco más allá, pero nosotros solo pensábamos que habría ido a por unos vasos de agua, quizá un litro, quizá litro y medio... De pronto apareció con una garrafa de agua de 8 litros, congelada en su mayor parte. A punto estuvimos de besarle en los morros... "Ahora no os faltará", nos dijo. Nos llevó prácticamente al sitio donde nos había recogido, nos abrió la puerta de la finca y nos dejó la garrafa de agua para que hiciéramos con ella lo que quisiéramos. 


Estábamos secos. Nos entraron (y porque paramos) unos dos litros de agua a cada uno de nosotros en nuestros tiernos buches. No teníamos consuelo. ¡Qué rica! ¡Qué fresca! 

Llenamos mi mochila (otros dos litros) y el bidón de Luis (medio más). Dejamos la garrafa con el hielo que quedaba en la puerta de la finca y salimos trotando para completar -ahora sí- nuestra ruta.

Parecíamos otros. Qué importante es la hidratación y, en casos como éste, no solo a nivel fisiológico, sino también psicológico. No sabíamos qué iba a ser de nosotros, ni hacia dónde dirigirnos, ni siquiera si llegaríamos a algún sitio. Sin embargo, ahora, habiendo resuelto el problema, las cosas se veían de otra manera. Las piernas funcionaban. El ánimo estaba intacto.

Corrimos los cuatro kilómetros que nos separaban del camino que saldría a nuestra derecha (al lado de la "caseta forestal"). Al llegar a ella vimos que había un todo-terreno. Miramos por las ventanas por si estaba el guarda, pero allí no había nadie. Había que seguir por un camino con un cartel de "camino privado". Seguimos trotando y a los pocos minutos nos encontramos con el guarda que nos preguntó qué hacíamos allí. Le explicamos nuestras peripecias y nuestra intención de acortar por allí para ir al Valle de los Perales. Rápidamente nos indicó por dónde tendríamos que ir, advirtiéndonos que por allí siempre nos encontraríamos los carteles de prohibido el paso, pero que no nos preocupáramos, que siguiéramos adelante. Un tipo majo.

También es verdad que cuando alguien del campo te ve corriendo por ahí, sobre todo si le dices de dónde vienes y adónde vas, se asombran. Parece que, al saberlo, bajan la guardia, pensando que no puede ser que vayamos por ahí para hacer nada malo. Por eso, normalmente, se muestran colaboradores y te ayudan en lo que pueden. 

Bueno, a lo que íbamos. Que seguimos corriendo, ya casi sin parar por esos campos "privados", -con tramos muy bonitos, por cierto- hasta salir nuevamente a un carreterín.

Desde allí, recorrimos los últimos metros para llegar, por fin, al Parque Forestal "Valle de los Perales"


Llegamos con las últimas luces, a las 21:00 horas. Habíamos recorrido unos 50 km en 9:45 horas (contando pérdidas de tiempo y lugar, paradas, charletas...).
En rojo el tramo "improvisado" para llegar al "previsto" (naranja)

Al llegar, fuimos directamente a la fuente. Nos lavamos la cara y las manos. Bebimos más agua, mucha agua. Seguíamos teniendo mucha sed.

No había casi nadie. Únicamente estaban dos parejitas haciendo fuego (en el Valle de los Perales hay barbacoas situadas en un recinto cerrado por los cuatro lados para evitar incendios, con lo que la prohibición de hacer fuego no es aplicable). Nos adecentamos con unas toallitas y nos cambiamos de ropa. Nuestros "vecinos" nos preguntaron de dónde veníamos y cómo. Se lo explicamos tan, tan bien que se apiadaron de nosotros y, mientras cenábamos nuestro jamoncito, nuestro lomo y nuestro pan alemán, se acercaron para darnos a probar sus manjares cocinados a la brasa: chorizo de matanza de la zona y chuletas de aguja. Además, nos iban ofreciendo de vez en cuando unas exquisitas aceitunas.
Luis no estaba borracho, solo henchido de alegría y emoción ante la mesa
Detalle de la "convidá" de los amables lugareños
También estaba por allí un trabajador del ayuntamiento del Viso que hacía las veces de guarda del parque forestal. Luis, como el que no quiere la cosa, ante la pregunta de éste sobre qué haríamos esa noche, le dijo:
- Hombre, si no te importara, nos gustaría pasar aquí la noche. Solo traemos el saco y el aislante, en plan vivac. 
- Por mí podéis quedaros. Si queréis, allí estaréis resguardados. - Nos dijo señalando una construcción donde estaban los cuartos de baño.

Sobre las 23:00 horas, se marcharon todos. Antes, habíamos sido previsores y les pedimos una botella de coca-cola de litro y medio vacía que iban a tirar. Serviría para sustituir al día siguiente la bolsa rota de agua.

Ya solo estábamos Luis y yo. Como aquéllo es un parque forestal con zona recreativa había alguna farola que nos proporcionaba la poca luz que necesitábamos para montar "nuestro campamento".

No hicimos caso al guarda. A Luis le daba "coseja" dormir al lado de los baños (él es un pelín escrupuloso), por lo que montamos el refugio contra la pared de una casa rural que en aquel momento no estaba ocupada. 

Sacamos nuestra cortina de baño, le pusimos los vientos y la sujetamos, por un lado, a las rejas de las ventanas de la casa y, por el otro, a unas piedras. No nos tapaba por completo (sacábamos los pies) pero nos protegía el cuerpo de la humedad que había en el ambiente.

Colocamos los aislantes y, entre los dos, las pertenencias (zapatillas y poco más). Extendimos los sacos, pusimos las mochilas como almohadas y ¡A dormir!. Ni estrellas, ni leches... La cortina de una ducha (al menos era azul).

¿Me respetarás?.- Dijo Luis
¿No me estarás tentando?.- Contesté yo



Al parecer, a no sé qué hora llegaron unos jóvenes que, sin percatarse de nuestra presencia, estuvieron por allí con la música a toda leche, inflándose de beber y magreándose a manos llenas (¡Juventud, divino tesoro!). 

Me lo dijo Luis al día siguiente. Él había tardado mucho en dormirse y, cuando lo lograba, dormía con un ojo abierto y el otro cerrado. Según dice, yo me quedé dormido al instante (Es que yo tengo la conciencia tranquila, jejeje).

Solo recuerdo haberme despertado al oír algo, sin saber qué era, levantar un poco la cortina y darme un susto de muerte. Al ver la piedra que sujetaba el viento al lado de mis pies creí que era una rata (¡me dan un asco!) Al comprobar que era la piedra volví a los brazos de Morfeo.

A las siete de la mañana nos estábamos levantando. Los sacos habían resultado todo un acierto. Aguantarían temperaturas bastante más frías. Nos pusimos nuevamente las mallas HOKO (que tienen un tratamiento anti-olor que es una auténtica maravilla), una camiseta limpia de CxC, nos aseamos como pudimos, nos tomamos un bocata y un zumo y preparamos las mochilas. 

Mientras desayunábamos, decidimos que no podríamos hacer la ruta completa que teníamos pensada porque sería casi imposible llegar antes de las tres de la tarde a Calzada de Calatrava a devolver la llave de las puertas de la finca de "La Atalaya de Calzada" (a pesar de que no valían para nada). El policía local nos estaría esperando y no podíamos abusar de él (de su confianza quiero decir...). Así que nos daríamos un paseito por aquellos cerros que tan bonitos se veían con la luz de la mañana.

Nos adentramos en el monte por donde nos había dicho el guarda que, además, coincidía con el itinerario inicial que teníamos marcado. Pronto nos encontramos una valla. Cerrada. Alta. A saltar (Vamos a tener que empezar a llamarnos DxC: DelinquiendoporelCampo). 

Trotábamos las bajadas, los llanos e, incluso, alguna subida suave. Andábamos las subidas más pronunciadas. Las piernas parecían estar recuperadas del día anterior. Además, la presión era nula. Y el paisaje, precioso.

Hablábamos, disfrutábamos, mirábamos... Por cierto, se nos había olvidado algo... A mí me vino a la cabeza de repente (bueno, a la cabeza no). No habíamos ido al baño desde el día anterior, así que tuve que apartarme tras unos frondosos chaparros para proceder. (Lo siguiente no lo cuento). 

No sé si tendrá o no sentido, pero suelo poner una piedra (tan grande como sea necesaria) para tapar lo que antes no estaba. Así que, al levantar una de considerable tamaño (por necesidad) pasó eso que siempre había oído, pero que nunca había visto. Justo debajo de la piedra, había un alacrán. Por cierto, un bicho muy bonito.

- ¡Cojones, menudo ejemplar! - Vociferé para que me oyera Luis.
- No hace falta que me lo describas, guarraco - Contestó Luis.
- ¿A que no sabes lo que tengo? - Le dije. Luis ni siquiera contestó.

Con ayuda de un palito en forma de pinza cogí al bichito para enseñárselo a Luis. Le hicimos una foto y volvimos a dejarlo donde lo habíamos encontrado.
El alacrán
Seguimos un poco más, hasta encontrarnos con una valla (¡otra!). Ésta marcaba el límite del P.N. de Despeñaperros en la provincia de Jaén. Es decir, que separa Andalucía de Castilla-La Mancha. Como en el cartel rezaba que no se podía pasar sin autorización, no seguimos. Nos dimos media vuelta. 

Al volver, para que no fuese igual tratamos de seguir otra ruta, pero el mapa y los cortafuegos no coincidían plenamente, así que después de subir una fuerte pendiente para cruzar un monte, tuvimos que dar media vuelta, volver a bajar y coger nuevamente el camino de ida, pero al revés.
Ya hacía calor.
Paradita a la sombra para echar un trago de agua
Tuvimos tiempo para disfrutar, para ver el paisaje, incluso para contemplar algunos ciervos. Nos sorprendió que una de las ciervas y su cría no se marcharan al vernos. Estuvieron allí, a nuestro lado, mirándonos, de la misma forma que nosotros las mirábamos a ellas. Cuando nos cansamos, nos fuimos cada uno por nuestro lado. 

Bambi y su mamá
Al medio día estábamos llegando de nuevo al Valle de los Perales, después de 20 km muy agradables (si queréis ver por dónde, PINCHAD AQUÍ). Llamamos a las contrarias para decirles que no nos había comido un lobo la noche anterior, que ya estábamos de vuelta y que pronto estaríamos en casa. 

María (la contraria de Luis) iría a recogernos (¡Ole, María! 75 km de ida y otros tantos de vuelta). Como tardaría un poco, aprovechamos para darnos un baño en las gélidas aguas de la piscina del parque forestal, lo que nos dejó completamente nuevos. Nos comimos un bocata que nos quedaba y nos sentimos los reyes del mambo.
Los materiales dieron la talla
Al rato llegó María (y, encima, nos trajo cervezas frescas), fuimos a Calzada de Calatrava, entregamos las llaves de la finca en el ayuntamiento y regresamos a casa.

Vivaquear por el campo había resultado muy atractivo, con su antes, su durante y su después. Queda claro que nuestro vivac fue un vivac de pacotilla, pero, al fin y al cabo, era nuestro primer vivac. Ya habrá tiempo de dormir a kilómetros de la civilización, teniendo que cazar y pescar nuestra propia comida, bebiéndonos nuestra propia orina para sobrevivir, pero de momento habíamos disfrutado 25 horas completas por el campo (con su día, su noche y el día siguiente). ¡¿Qué más se puede pedir?!

Ni que decir tiene que por la noche devoramos los solomillos en casa de Carlos y Anne y que la cerveza que nos dieron estaba fresquísima. Y que el Gin-Tónic, recupera una barbaridad.



PD: Qué sí... que ya sé que soy un pesao, pero las trilogías es lo que tienen...

2 comentarios:

spanjaard dijo...

Las trilogías es lo que tienen: que uno las escribe medio piripi. Ese es el toque preciso para que enganchen.

Enhorabuena mangarrianes de campo.

Spanjaard

paola dijo...

nunca he ido de mochilero pero parece una buena aventura.
el unos día viajo para Buenos Aires y ya estoy fijandome lugares para comer en restorando, sitios para recorrer y algunas direcciones más. quizás el próximo año pruebe irme con carpa como ustedes y disfrute lo mismo!!!