En cualquier caso llevamos ya muchas semanas de duros
entrenamientos aplicando con severidad la ley de la roscapiña: si sales un día
a correr, da igual cuánto y cómo, luego tienes derecho a ponerte cicatero a
base de cerveza y de pan con chorizo. Infalible. El último entrenamiento de esta
naturaleza tuvo lugar el pasado ¿miércoles?, justo después de mi media de
Madrid, y consistió en 11 km nocturnos subiendo riscos (incluido el temible
cerro de Alarcos) con más miedo que vergüenza debido a la lluvia persistente y al
poco vigor de nuestros frontales.
¡Mirad qué salaos!
Yo terminé destrozado a nivel general, aunque mis compañeros
parecían estar bastante bien. La sensación de correr de noche es estupenda y
hacerlo con un frontal de salir al campo y no con uno de leer libros es ya indescriptible.
Si a eso le añades la lluvia en el cogote ya solo falta que vaya un tío detrás
dándote tobitas detrás de las orejas. En fin, todo sea por la roscapiña,
pensaba yo. Y así, pensando, pensando, llegó: en casa de Jorge nos estaban esperando
decenas de latas de mahou, de las verdes (que tienen menos alcohol y así puedes beber más cantidad), dos barras de chorizo con pan y,
cuidado, dos roscapiñas de pan con jamón serrano y queso. No podíamos ni
hablar. Y encima en la tele había un canal con deportes extraños. Más aún: un
reality show en el que se selecciona al luchador perfecto. De pronto, esa reunión
dejó de ser un entrenamiento de un CDE (con todas sus letras) para convertirse sin
solución de continuidad en un simulacro de fiesta organizada por Homer en el
salón de su casa (con todos sus amigotes). Llegamos a casa a la 1.30 de la
noche bastante célebres. No estuvo mal.
Este fin de semana que hoy empieza Quique no
está, así que tendremos que hacer una salida cojonuda para generar un poco de
envidia y mal rollito. Alternativas: exploración de vía pecuaria descubierta
por Iván entre Poblete y Valverde y ruta de don Quijote subiendo la sierra de
Villarubia.
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