Decía Marck Ajoufer que “la perspectiva es, en la vida,
tan importante como, al menos, otras cosas igual de importantes, en la vida,
que la perspectiva”. Y eso es así.
Sucede que, como pasa con otras cosas importantes, para
sacar un provecho personal a la perspectiva es fundamental tener su poquito de
autocrítica y eso es difícil. Ejemplo: Uno sale a correr al monte en solitud y
regresa a casa pensándose un titán, un lebrel metamorfoseado en ser humano, un
bicho mitológico nacido para devorar kilómetros al ritmo del mejor. Bien,
tenemos la autoestima a la altura de los pelillos de la nariz de la Estatua de
la Libertad.
Al día siguiente salimos de nuevo a trotar al monte, esta
vez con unos “amigos”. Tres horas después te encuentras amagao debajo de un
chaparro lamentando tu vituperable estado de forma y preguntándote cómo puedes
pasar de promesa olímpica a mierdaseca en 24 horas.
Cuestión de perspectiva, mafren.
Personalmente, si me comparas con el charcutero del barrio
de mi madre después de la calderetada de la Romería de San Isidro, soy un
adonis, un atleta de superélite; si me enfrentas al Kilian Jornet aquel soy un
mierdo así de alto.
Perspectiva de nuevo.
Eso nos pasó el pasado fin de semana a algunos ceporceses
que nos vimos envueltos casi sin saber cómo, en una quedada correcampista
tremenda. No solo la zona era espectacular, sino que la compañía era de esas
que te ponen en tu sitio.
Los ceporceses no somos muy de comparar cuerpas porque
normalmente salimos perdiendo, como a nivel intelectual tampoco semos unas
lumbreras (menos el presidente, pero él suaviza el potencial de su psique con
un permanente estado de semiausencia o, precisamente, sumido en alguna profunda
reflexión en a saber qué idioma), cuando nos juntamos con otros tronchamontes
nos dedicamos a decir tontás. Pero lo que vimos al bajarnos del auto en la zona
de Fuencaliente nos minó la moral: unos gachós de impresión, enjutos pero
fuertacos, de hipertrofia muscular evidente pero ágiles, vestidos de hoko pero
con clase... Vamos que había un excampeón del mundo (del mundo entero, oiga) de
Duatlón y un amiguete que hizo 9º en la general del Maratón de Sables... No
digo más.
Y empezamos a triscar monte. Esta vez el trío CxC lo
conformaban el conseguidor (Miguel Ángel), el figura (David Gutiérrez) y el nieto de la Orosia (pa serviles).
Fuencaliente no entiende de calentamientos y nuestros
partenaires del pie contra monte tampoco, así que el primer kilómetro fue un
subidón seguido de otro subidón para bajar un cortafuegos a cuchillo y volver a
subir a lo bestia. Servidor no sabía si seguir penando a un ritmo que
evidentemente no era el mío o echarme a llorar abrazao a un pino. Por delante
Miguel y Guti avanzaban como jureles llevados por la corriente, como si no les
costase a los cabrones. Menos mal que a los cimarrones que marcaban el ritmo
les dio por parar a mear -al fin y al cabo deben ser humanos- y pude
recobrar el aliento.
Yo soy diésel y sé que las subidas fuertes al principio
me dejan listo de papeles, por lo que visto desde mi perspectiva no iba
demasiado mal a pesar de ir echando el bofe. Miguel y Guti, al contrario, son
gasolinas trucaos y no les cuesta ponerse a toda leche de inicio. Iban bien
desde su visión del asunto. Perspectiva.
Como además la zona es un auténtico lujazo para el
correcampismo, iban pasando los kilómetros. Lo de Fuencaliente es espectacular.
Lo tenemos ahí, a una hora de la capital y es un auténtico paraíso donde se
pueden encontrar desniveles importantes y paisajes maravillosos por los que
correr. Pinar por aquí, sendero por allá, riachuelo que cruzamos y...
Cambio de perspectiva. A Miguel se le pone terco el
intestino justo al llegar a la primera subida gorda. Yo veía cómo se iban los
titanes corriendo hacia arriba y a mi colega por abajo sudando cicuta. Le
espero, me dice que tiene que obrar y se para. Sigo para arriba andandito y le
espero. Con medio kilo menos llega el fulano. A trotar a por los buenos.
Desde ahí la cosa cambió. Yo me fui encontrando mejor,
como me suele pasar siempre y Miguel, a peor. A él le van más las subidas
tendidas y largas que los cortafuegos y verse tan lejos de los demás le hizo
pupita en la cabeza. Desde ahí y hasta el final de la ruta penó como el que se
tragó las trébedes, pero supo sufrir y aprender una nueva lección. Y es que
pocas veces de las que sales al monte a darte un buen tute no aprendes algo.
Terminó mal físicamente y moralmente tocado, justo al
contrario que yo, que finalicé la etapa con alegría en las piernas y en el
espíritu, convencido de que la Quijote Legend esa me la meriendo sí o sí.
Cuestión de perspectivas.
Lo que no sabe Miguel es que no fue tan mal como él
creía, sólo que esta vez le tocó sufrir atrás y para llevar esa carga hay que
entrenarla. Si en vez de los compañeros con los que le tocó lidiar, hubiera ido
con algún principiante habría terminado de los primeros y con mejores
sensaciones haciendo el mismo tiempo. Perspectiva. Ahora le toca analizar dónde
falló (quizá salió demasiado rápido), aprender la lección y tirar de manual de psicología, porque le va a tocar aguantarme durante 152 kilómetros dentro de tres semanas y eso es algo para
lo que no todo el mundo está preparado.
¿Que vamos a terminar la Quijote Legend
esa?
Por supuesto. Y en muchos momentos tendrá que tirar él de
mí y yo de él, y entre los dos tendremos que ofrecerle alguna ostieja al Lidl (Ramón) que también se viene aunque esté entrenando en secreto (?). Y lo vamos a pasar
teta.
Perspectiva, amiguetes, ya lo decía el bueno de Mark
Ajoufer.
Fotos cedidas por los asistentes, así en general... |
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