El fin de semana del 15 de julio un puñado de aguerridos ceporceses (Quique, Jorge, Federico y un servidor, su Pte.) nos fuimos a patearnos Gredos. Nuestro ánimo, pasar tres días dando patadas a las piedras, injuriando a otros y denunciando la hipocresía del mundo. Nuestro plan, hacer en tres días la travesía integral del macizo central de Gredos, empezando en el Puerto del Pico y terminando en el de Tornavacas. Nuestro conocimiento previo del asunto, ninguno salvo una ruta en wikiloc de unos que no sabemos quiénes son y un mapa de la editorial Alpina. O sea, de risa.
Tras una semana estudiando el mapa y preguntando por ahí forjé un plan perfecto: el primer día haríamos unos treinta y pocos hasta llegar al refugio Elola, el segundo continuaríamos otros veinticinco hasta llegar a alguno de los refugios que hay a lo largo de la sierra llana y el tercero alcanzaríamos el final del trayecto. Casi todo lo haríamos por la cuerda de la sierra, excepto en las partes más técnicas, en las que animales como nosotros no debemos meternos por carecer de experiencia y que tendríamos que evitar bajando lo que fuera necesario. Al ser mediados de julio, el gran problema sería el agua, pero entre las fuentes y los arroyos que bajan por las sucesivas gargantas tendríamos la posibilidad de abastecernos a lo largo de la ruta.
En esta breve descripción de nuestros planes hay ya demasiados errores como para que podáis llegar fácilmente a la conclusión de que no alcanzamos nuestro destino. Llegamos al circo de Gredos pero no salimos de allí. El primer día fue tan duro como para revisar nuestro plan sobre la marcha, una posibilidad abierta desde el principio. El primer imponderable fue la zapatilla de Kiko, el CxC interino, a quien al parecer no le había parecido sospechoso que sus Salomon le hubieran durado 13 años. Rápidamente se convirtió en carpanta, sus zapas de deshicieron y tuvimos que dividirnos: Quique y él se dieron la vuelta para conseguir otras zapas, Jorge y yo seguiríamos la ruta prevista y esa tarde nos encontraríamos en el refugio Elola.
Al poco de separarnos alcanzamos la cuerda por el Puerto del Arenal (1.800) y de allí seguimos hacia el oeste pasando, sucesivamente, por Canto Cochino (1.900), La Cabrilla (1.990), el Mojon de las Tres Cruces (2.150), el Risco del Águila (2.125) y el Peñon del Mediodía (2.220). Águilas enormes y cabras con cuernas impresionantes fueron lo mejor del camino. No son muchos kilómetros pero entre el sol y la dureza del recorrido perdimos mucho tiempo y energías. Los mojones eran claros pero el rastro de la senda se perdía entre piornos cerrados, altos y secos, de modo que avanzar requería pelearse con ellos y sufrir muchos arañazos. Éramos muy lentos.
Cuando habíamos llegado a la mitad del recorrido previsto para la primera jornada estábamos ya muy cansados y casi sin agua. Fuentes anónimas (!) nos habían comentado que podríamos encontrar agua en la garganta que nace al norte del Puerto del Peón o en la Fuente de la Mira, así que hacia allí íbamos administrando la que nos quedaba y con síntomas de deshidratación. Pasado el Puerto del Peón vimos una garganta por la que parecía bajar un arroyo y en la cual no había ganado. Pero no era seguro que corriera algo a estas alturas del verano y bajar en lugar de seguir por la cuerda suponía perder unos doscientos metros de altitud que luego tendríamos que volver a ganar. Es decir, estábamos ante un dilema en toda regla: arriesgarnos a bajar y que no hubiera agua o arriesgarnos a seguir hacia la Fuente de la Mira, que nos habían asegurado que no estaba seca, y que tampoco hubiera allí. Al final bajamos. Al acercarnos no se oía rumor de agua corriendo pero a unos diez metros vimos que algo llevaba, aunque la apariencia no era tranquilizadora. Bebimos lo justo porque no nos fiábamos y retomamos la subida hasta la Mira con un par de litros cada uno, esperando encontrar mejor agua más arriba. El agua resultó ser allí peor, así que nos bebimos toda la que habíamos recogido en aquella garganta, en un movimiento muy elegante que dejó de serlo al día siguiente. Todo el tema del agua nos retrasó otra vez y llegamos al kilómetro 20 bien avanzada la tarde, muy fatigados y no de buen humor.
Por lo menos hasta ese punto el track, permanentemente contrastado con el mapa, nos había llevado bien. Seguimos por Las Molederas (2.240) y el Risco Pelucas (un saludo a mi cuñado) hasta un punto en el que el track se separaba de la cuerda. En lugar de llegar al Puerto de Candeleda y desde allí bajar por el refugio del Rey, estos fenómenos bajaban hacia la senda de la plataforma a la laguna grande por el pluviómetro. Y lo hacían fuera de la senda marcada en los mapas. Como no conocíamos la cuerda y nuestra experiencia en montaña es inexistente decidimos hacer caso al track y ese fue un error definitivo: no sólo perdimos mucha altitud sino que terminamos presos de patas, nunca mejor dicho, en el enésimo piornal, éste ya sí capaz de agotar la paciencia de Jorge y las pocas fuerzas que nos quedaban a los dos.
Una vez en la senda a la laguna grande ya todo era fácil pero tuvimos que darle a la zapatilla para llegar al Elola antes de las diez y media, hora en la que se cerraba el chiringo, o eso me quería sonar. Llegamos de noche a las diez y veinte, cansados tras casi once horas de monte, deshidratados y con una buena lección en las patas y en la mollera. Gracias a nuestros otros dos compañeros pudimos cenar en condiciones y nos fuimos al sobre rápidamente. Si, como dice mayayo, la montaña es para quien se la gana, estaba claro que nosotros todavía nos la teníamos que ganar.