Si esto lo escribiera Coelho seguramente empezaría con un: “si
tus sueños te impiden dormir, sigue a tu corazón hasta el alba, persigue lo
imposible para ser feliz”. Si lo firmara Murakami es probable que se quedara
tan ancho acongojando al personal desde una línea inicial tipo: “el saco de
huesos se puso en marcha en silencio, con la parsimoniosa cadencia de quien –ya
alejado de toda realidad vital- se dirige a su destino, duro, blanco y limpio.
Yo, dolorido, doy la siguiente zancada y me acuerdo de Josikiro, ella me regaló
las Asics que hoy me acercan a mis sueños, me alejan de su esencia”. Prefiero,
personalmente, a Palahniuk. Él lo haría más directo: “… las rodillas crujen a
cada zancada como goznes oxidados, sabor a plomo y a tierra en la garganta, el
dolor se clava en mis músculos agarrotados como se clava la aguja de un yonki de
Seatle en la vena, costra de amargura y heroína. Miro al
dolor a la cara y lo mando a la mierda: <<voy a acabar>>”. En CxC
somos menos literarios y dijimos: “Tenemos que llegar al menos cinco, que nos
dan un jamón”.
Alguien se enteró de que si un club colocaba a cinco de sus
miembros (con perdón) en la línea de meta del maratón ciudadrealeño recibiría
un JAMÓN como presente (lo más seguro es que cuando el simpático lector se
acerque a estas líneas el jamón sea ya pasado). No tardamos ni diez minutos en
formalizar las inscripciones.
El periodo de entrenamiento de la cita con Filípides fue
como somos nosotros: sencillo pero bestia. Le dedicamos una semana
prácticamente entera, la última antes de la cita. Una tirada larga (cp) de 30
kilómetros el domingo anterior como para cerciorarnos de que las cuerpas
aguantarían tanto asfalto y tres quedadas de a diez kilómetros con principio y
fin en el Bar Mi Casa donde posteriormente ensilaríamos… bueno, tampoco hace
falta que nos deleitemos en detallar lo que nos ensilamos, queda entre el señor
presidente del Club de Fútbol Puerta de Toledo y nosotros.
Estábamos preparados. O no. Daba igual.
Domingo 20 de octubre, 8:30 horas. Hora zulú.
Cinco miembros y una miembra de CxC atacamos la estrategia
de carrera en un bar (sí, ¿qué pasa?) Después de diez minutos de debate
zanjamos el asunto: cada cual que tire como pueda pero hay que llegar cinco
tíos a meta. “Coño pos claro”, “¿Alguien lo duda?”, “Son sólo dos vueltas ¿no? Que
luego me lío”, “Habrá que parar ande las viudas a echar unas migas”, “Luis, ¿te
esperamos? ¿O ya si eso…?”, “¿Esto quién lo paga?”.
Salimos a la calle. Recibimos al sexto hombre: Manuwar, el increíble
hombre menguante. Saludos jebis, emotivo acto de entrega de la camiseta de CxC
y a línea de meta.
Y aquí empieza el maratón. Y un maratón es, para un corredor
de montaña o de campo como nosotros, un grano en el culo, algo que hay que
quitarse de la manera más rápida e indolora posible y que me aspen si me
importa cómo te quitaste tú el tuyo.
Abrazos, fotos y a correr.
Arrancamos resueltos, pizpiretos y prietos de nalgas para
abajo hacia la gloria, hacia el destino, hacia Miguelturra donde esperaban los
avituallamientos con chicha y vino.
La primera vuelta de las dos que componen el Quixote Maratón
se hace amena. Vas charlando mientras la cuerpa calienta, cuentas anécdotas,
chistes, te regocijas en lo fea que es Ciudad Real como pueblo y como concepto
(qué buena gente hay aquí coño, que me emociono), corres cómodo. De hecho
corrimos cómodos de más. No sé la media, y me importa bastante poco, pero la
cosa debió andar en torno a los 5 minutos y poco por kilómetro. Eso para
nosotros y con un maratón por delante es mucho. Es ir rápido para todos
nosotros, pero para el presidente y Manu parecía excesivo de verdad, casi
peligroso. Aún así llegamos todos en
simpático grupeto a la media maratón en menos de dos horas. Prodigioso. Al paso
por Miguelturra paramos antes de los de la Peña del Real Madrid, catamos el
jamón, el queso y el vino, les dimos el visto bueno y dejamos encargadas unas
raciones para la segunda vuelta. Paramos también donde las viudas, les
encargamos las migas para dos horas después e hicimos lo propio con los del
Club de Rugby Arlequines. Echamos con ellos un pincho de tortilla y les
conminamos a que tuvieran frejquitas las cervezas y calientes las viandas para
la segunda vuelta.
(Tras leer el último párrafo me veo en la obligación de
explicar al lector -quizá incrédulo- que todas las referencias gastronómicas de
esta crónica -las de ahora y las de más adelante- son reales y no fruto de una enajenación
transitoria o un error en la traducción)
Comenzó la segunda vuelta al histórico-artístico circuito y
con ella el aburrimiento, la soledad y los primeros dolores y miedos.
Queda dicho que Luis y Manu iban ya pelín descolgados y al
poco de empezar la segunda media maratón a Miguel se le presentaron unos inoportunos
e impropios dolores en los glúteos que le hicieron proferir ciertas lindezas
que no viene a bien reproducir en estas castas líneas. Con el paso de los
kilómetros se fue quedando atrás y con él se quedó Toty , un cacho de ironman que
además es buena gente. A ellos se unió el oh lidl que quiso acompañarnos en la
segunda vuelta negándose a hacer la maratón entera por no sé qué de un estado
de forma y tal… mariconadas y excusas, le quedan dos telediarios de lidl. Ellos
tres se apretaron los kilómetros que faltaban a su trantrán.
Nos quedamos solos como avanzadilla Quique, Guti y servidor
de ustedes, el nieto de la Orosia. Los kilómetros fueron cayendo y tras calles
desérticas y carreteras inhóspitas llegamos a la tierra prometida, a
Miguelturrra, Churrilandia.
Y como lo prometido es deuda paramos “ande” los del jamón y
el queso. El jamón seguía delicioso, en taquitos; el queso, suave y rico; el
vinillo solo o con cocacola, resucitador.
En este punto un señor corredor con el que nos habíamos
cruzado en varias ocasiones nos miró y soltó un: “Joder, os vais parando en tos
laos para luego ganarnos”. Yo creo que se quedó con ganas de añadir un bien
merecido: “¡Cabrones!”. Y es que tenemos metido en el cuerpo el ritmo de la
montaña donde paras ora a ver el paisaje, ora a ponerte ciego de jamón, ora a
charlar con algún lugareño.
En fin, que andamos un ratejo para asimilar lo isotónico del
asunto y a correr con la mente puesta en las viudas, sus migas y bebedizos.
Con ellas echamos otra paradita que luego resultó ser de lo más
reconstituyente. Agua fresca, un vaso de migas, unas ugüas, fotos con las hacedoras del condumio y a
correr.
La siguiente parada técnico-táctica era en el kilómetro 38.
A esas alturas y a pesar de habernos parado alguna que otra vez (por no decir
hasta en los bares), ya íbamos adelantando cadáveres de corredores asfalteros
que se habían pasado de ritmo, de distancia o de preparación, vaya usted a
saber.
En el 38 ya fue una fiesta. Allí estaba Nicco capitaneando a
los amigos del Club de rugby Arlequines de Miguelturra y con él unas latas de
cerveza frías como el corazón de Pol Pot y unas viandas magníficas. Comimos y
bebimos tan agustico charlando con los rugbiers y con Iván Manzano, otro
ironman de los güenos. También se paró con nosotros Marín que, después de dejar en meta como ganadora del maratón a la pupila de Iván Palero, Miriam Laguna, nos acompañó unos kilómetros en bici. Aguantamos las miradas incrédulas de los corredores que nos pasaban mientras ensilábamos cerveza durante un rato hasta que alguien dijo: “lleváis tres horas y treinta y cinco minutos”. Y nos pusimos de nuevo a correr dispuestos a llegar
antes de las cuatro horas. Otro prodigio.
Curiosamente los últimos cuatro kilómetros se hicieron
relativamente fáciles. Íbamos a nuestro ritmo, sin forzar y sabíamos que la
meta ya no se escapaba.
Llegada al Poli, abrazos a los nenes y entrada en meta en
3:59. Contentos y bastante enteros.
Un rato después llegaron el resto de CxCs cada cual
aguantando sus dolores, todos felices. Sólo faltó Manu que en el 32 dijo
aquello de “mi cerebro ya no aguanta tanto paisaje espectacular, me quedo en la
cuneta y que me recoja alguien”.
Un par de horas antes Carmen, la miembra, había finalizado
su primera media y a todos nos llena de orgullo y satisfacción tener gente
alrededor que se plantee retos y los consiga. Nosotros somos más básicos,
corremos porque nos los pide la cuerpa y porque “algo habrá que hacer”. Eso sí,
el asfalto ya nos puede esperar otros pocos meses.
Ni que decir tiene que la gran familia CxC (ya somos unos
pocos e incomprensiblemente nadie le ha movido la silla al presidente) se
reunió después del atlético evento a hidratarse y comer convenientemente que
luego vienen las pájaras y las cuerpas esqueléticas.
Nos volvemos al campo.