No sé por dónde empezar. No sé si
describir la carrera o, simplemente, centrarme en lo que sentí.
Lo único que sé es que aún me
duelen los cuádriceps de subir y bajar cerros.
¿Quién dijo que esto sería un
paseo por el campo?
No eran todavía las cuatro de la
madrugada cuando estaba camino de Chiva (Iba desde Campello, desde casa de mi hermana). A las seis empezaba la entrega de
dorsales. Tenía sueño, pero no importaba. No iba a trabajar,
sino a disfrutar. O eso esperaba...
Mi estómago, que no entiende de
horarios, empezaba a despertarse sobre las cinco. Me llamó con un sonido hueco.
Menos mal que había sido previsor y llevaba dos buenos trozos de la mejor empanada
casera (made in Marisol). Di buena cuenta de ellos y mi estómago, agradecido, selló su boca (de momento).
A las 6:00 estaba en Chiva. Hacía
frío y no sabía qué ponerme. Poca cosa, pensé. Si no, luego paso mucho calor.
Camiseta, pantalón corto y para proteger un poco más, un buff en la azotea y unos
manguitos en los brazos.
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Jorge y Luis enajenados y Rubén sin querer acercarse mucho |
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Iván y Ana |
Frontal a la cabeza.
La música y un speaker muy
speakerante comienzan a calentar motores.
5, 4, 3, 2, 1… Empezamos. Es de noche.
La gente te rodea y se avanza en rebaño.
Voy con spanjaard. Él sabe de
esto mucho más que yo. De hecho, lo que yo sé es por los libros…
Un poco de asfalto para salir de
Chiva y empieza la subida. Ver solo el metro de delante, decenas de pies
alrededor y el ímpetu del momento hacen que el ritmo no sea lento. Charlamos
mientras amanece. La temperatura es perfecta. Luis me recuerda que el
mediterráneo proporciona una luz anaranjada que no vemos ni por asomo en el
interior. Disfrutamos. Pensamos en el calor que debe hacer por allí en agosto y
nos alegramos de que sea diciembre.
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la foto es borrosa, pero no tengo otra de ese momento |
Corremos mientras el ritmo sea más rápido que si fuéramos andando.
Casi sin darnos cuenta llegamos
al primer avituallamiento (Fuente Tornajos – 9 km). Ya hemos subido 413 metros
de desnivel positivo ("D+" para los entendidos). Un trago y seguimos. Luis marca un ritmo que no me cuesta
demasiado trabajo seguir, pero todavía quedan 50 km. Aunque Luis se adelanta, quiero
mantenerlo a la vista. Ya estamos en la senda “Malos Pasos”, que bien podría
llamarse “duros pasos” o, incluso, “putospasosdeloscojones”. Mis cuádriceps
empiezan a quejarse, pero no les hago caso. Sigo subiendo. Otros 360 m. D+ con pendientes del 20%. Llegamos a lo más alto y, ahora, toca bajar. Si
la subida era dura, la bajada tiene una pendiente del 22% y piedras para tapar
el mar.
¡Por fin! Segundo avituallamiento
(Fuente Umbría – 15 km). Allí está Luis. Lo tenía a tiro, pero como él va con
más fuerza sale rápidamente. Sabe que me dejará atrás. Por eso me pregunta que
si llevo abrigo para cuando sigamos subiendo. Ya no volveré a verlo. Fue bonito
mientras duró… Él es un crack y yo un catacrack.
Empiezo a pensar (¡¡¡error!!!): Llevo
un cuarto de carrera. Estoy reventado. Me queman los cuádriceps. Me freno en
las bajadas porque no me veo con fuerza suficiente para lanzarme y, al frenarme,
los músculos se cargan más. El piso es absolutamente demoledor. No hay un trozo
donde no haya piedras o, al menos, yo no lo veo.
Y otra vez a subir. Ahora nos
toca la Senda del Rincón de la Campana (otros 363 m. D+ y pendiente del 30%).
La cosa va a más. Y yo a menos. Bajamos por la Senda de Bojet (360 m. D- al 24%). Más castigo para pies y piernas. Miro el reloj en el kilómetro 20 y veo que
solo llevo 2:25 horas.
Vuelvo a pensar (vuelo a errar). No
puede ser. He ido demasiado deprisa. Todavía quedan los picos más altos y otros
dos tercios de carrera. No podré llegar. Es imposible. En ese momento me doy cuenta de que a ese ritmo sería capaz de completar la carrera en 8:00 horas. Una barbaridad
para mí. A la vez pienso que hay 13 horas para completar el recorrido. Es decir, que si aún no llevo dos horas y media, me quedan diez y media para terminar.
Me cago en mi estampa, aprieto
los dientes y vuelvo a pensar (Esta vez en modo “xtrem”) Si lo que estoy
haciendo no es del todo normal, no puedo pensar con normalidad. 61 km y 3.000
metros de desnivel positivo no son moco de pavo. Debo empezar a correr en plan “Chiquito
de la Calzada”, comer y beber bien en los avituallamientos, no forzar en absoluto
ni en subidas ni en bajadas pronunciadas, trotar en las bajadas más suaves y en
los escasos llanos y mantener el “Espíritu CxC” intacto (ése en el que la
máxima es: “¿Qué yo no voy a poder con esto? ¡Amos no me jodas!”) Lo que no sé es si ya es demasiado tarde.
¡Vamos, que nos vamos!
A partir de este momento, no sé
muy bien por dónde voy, qué he hecho o qué me queda. Tengo suficiente con un
dar un paso detrás del otro (con independencia de que éste sea para arriba o
para abajo) y disfrutar de las vistas. Otra cosa no, pero vistas impresionante
hay a patadas.
El color verde lo inunda todo. El viento sopla con fuerza en la parte alta y el sol calienta en el valle. Más. Menos. Arriba. Abajo. Verde y más verde. Gris y marrón de roca. Rojo de tierra. Azul cielo.
Cuando voy bajando, alguien se pone detrás. Le invito a que me pase. Me responde que no, que lleva tiempo solo y que prefiere ir más despacio, pero con un poco de compañía. Se llama Sebas, es polaco y vive en un pueblo cercano a Chiva. Charlamos, nos animamos y tiramos para adelante. Le digo que voy fundido de cuádriceps. Él tampoco va bien del todo. Lleva dos bastones y, cuando la cosa se pone para arriba (con perdón), me ofrece uno de ellos para hacer más llevadero el ascenso. Éstas son las cosas que me gustan de este deporte. Sebas está más fuerte que yo. Creo que también es más joven. El no está cercano a los cuarenta (y, si lo está, se conserva de pelotas). No me conoce de nada. Seguramente iría mejor con los dos bastones, pero me deja uno para que yo pueda subir más cómodo. Seguimos. Él sube bien y baja mucho mejor que yo.
Mediamos la carrera. Avituallamiento de Fuente Lándiga (km, 31,5). Yo me ensilo dos sándwiches de jamón york y queso, un poco de chocolate, unos frutos secos y agua e isotónica. Sebas se atreve con el sándwich por indicación mía y le sienta estupendamente. Empezamos a subir otra vez. Sebas dirige, yo le sigo. Y con él -y gracias a él- coronamos el Pico Yerbas (el techo de la carrera). Llegamos al control de tiempos con más de una hora de margen.
Antes hemos tenido que superar otros 534 m. D+ y pendientes del 37%. La organización te informa con cartelitos del nombre de la senda y su inclinación.
En la bajada Sebas se va distanciando, pero no deja de animarme, ni de echar la vista hacia atrás de vez en cuando para ver si le sigo. Le grito que vaya a su ritmo, no sé si me oye, pero al poco oigo que dice algo, aunque no le entiendo. Por el gesto parece que seguirá más rápido. Vuelvo a la soledad. Vuelvo a mis adentros.
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Aquí tenéis a SEBAS con un solo bastón |
Al poco me encuentro con otro muchacho cuyas piernas están en sintonía con las mías. Me dice que tiene que parar de vez en cuando a estirar los cuádriceps. Se llama Alberto. Poco después se une al grupo otro amigo de Alberto, montañero y con experiencia, le llaman "Piru". Desde ese momento, iremos los tres juntos tirando los unos de los otros para ir pasando kilómetros. Nos vamos poniendo al día de nuestra experiencia en la materia (yo acabo pronto) y, en un momento determinado, surge en la conversación, como el que no quiere la cosa, que el tal "Piru" ha sido el artífice de la puta senda más puta de todas las que llevábamos subidas hasta el momento. Él mismo, con sus manitas y unas tijeras de podar, había "descubierto" la senda con la pendiente del 37%. Como sería que la organización había dispuesto cuerdas en algunos puntos para poder subir y bajar por ciertos lugares "imposibles". En ocasiones ni corríamos, ni andábamos, solo trepábamos o destrepábamos. Y, allí, rodeados de campo y más campo, tenía yo delante a uno de los causantes de aquel penar tan penoso. Por un momento pensé en despeñarlo, pero se me pasaron las ganas cuando le dije
"o sea, que tú eres el culpable de parte de esto y, en concreto, de la puta senda esa que tiraba pátras". Al decirlo pensé que si no hubiera sido por "Piru" y sus tijeras nos habrían hecho subir por el mismo sitio pero a base de arañazos, tropezones y putadas varias que él había cortado, si no de raíz, a corta distancia del suelo.
¡Coño, gracias, "Piru"!- pensé. Aunque no se lo dije, no se fuera a crecer para el año que viene...
Así, pensando en la paella que nos esperaba en la llegada, seguimos tragándonos los kilómetros a pequeños sorbos, como cuando quema la sopa o como cuando el licor es muy fuerte.
En mi cabeza ya solo había un convencimiento: Iba a terminar antes de las 13 horas máximas permitidas. ¡Qué mas quería!. Además, lo haría en magnífica compañía. Primero con Luis. Después con Sebas. Finalmente con Alberto y Piru.
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¿A que me ha cambiado la cara? Pues van 50 km. |
Recuerdo los dos trozos de fuet con pan del penúltimo avituallamiento (La Máquina, Km 49,7). Recuerdo que ya no tenía ni frío ni calor. Recuerdo que mis cuádriceps se quejaban, pero como de lejos, como cuando oyes a alguien quejarse en la habitación de al lado de un hospital.
Todo volvía a estar en orden... Hasta que llegamos al kilómetro 55.
A solo 6 km de la meta nos encontramos un Cartelito: Pendiente del 50%. ¡Su puta madre!. 45º de inclinación. Daba igual, eso ya no podría con nosotros. "Piru" nos dijo que seguro que no eran más de 300 m. D+.
¡Venga, Piru, ponte delante! - Le dije.
Piru nos guiaba con pasos pequeños, cortos, lentos, pero seguidos. Nos decía que así se avanzaba en la nieve. Pues a avanzar sin prisa, pero sin pausa. Detrás oímos a uno que iba cagándose en la pendiente, en el desnivel y en todo lo vivo. Al oírlo tuvimos que reírnos. En un periquete (como cambia la percepción del esfuerzo en función del estado de ánimo) estábamos arriba. Último avituallamiento. 5 kilómetros y estaríamos allí. Trotamos un poco, andábamos otro poco y, casi sin darnos cuenta, entrábamos en el pueblo y, rápidamente, en meta. Era aún de día. No éramos los primeros, pero tampoco los últimos. Habíamos terminado en 10 horas y 33 minutos. Nos ensilamos 61 kilómetros, 3.000 metros de desnivel positivo y un montón de recuerdos buenos y un poco menos que buenos para la colección.
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Parchís: Piru (de rojo), Alberto (de verde), yo (de azul) |
Después caldo calentito, cerveza fría, paella, fruta y bizcocho por gentileza de la organización que estuvo de diez (10) durante toda la carrera. El marcaje del recorrido perfecto, la gente de los avituallamientos encantadora, los propios avituallamientos variados y en cantidad. En definitiva, todo a pedir de boca. Un placer. Incluso me facilitaron ponerme en contacto por teléfono con Sebas para poder devolverle el bastón que me había dejado.
Tras la paella en compañía de Alberto y "Piru", merecida ducha de agua caliente y otra vez a Campello. Cuando fui a bajarme del coche creí que me habían cosido las piernas al asiento. Casi tengo que avisar a una grúa.
Durante el viaje me dio tiempo a pensar varias cosas. Dos de interés para esto que traemos entre manos: 1) Que las carreras en las que peor lo pasas son las que más te enseñan. 2) Que esto de correr largo tiene más de cabeza que de otra cosa.
Menos mal que de cabeza (aunque solo sea por volumen) voy sobrao.