Llegamos a Cuenca antes de comer, es decir, a la hora de las cañas en punto. Nos instalamos en la terraza de un garito cercano con unas vistas preciosas, un fresquito muy rico y alguna camarera como las vistas y el fresquito. Y empezamos a beber y a comer... Y de qué forma... Como no solo de platos típicos vive el runner (morteruelo, zarajos, ajo arriero...) también recurrimos a la comida light (venao estofado, lomo de orza y unas digestivas parrilladas de carne con sus chorizos, morcillas, tiras de panceta, chuletillas de cordero...); bueno, y una ensalada (o plato de paisaje, como dice Jorge) que no era cuestión de engordar... Para remojarlo nos inundamos de cerveza hasta que se nos transparentó la espuma desde dentro y se nos puso cara y abdomen de latex, teniendo que contrarrestar el efecto con varios cubatas de Larios y copas de Beefeater, Brugal, licor de hierbas...
En definitiva, una sobremesa perfecta para la hidratación del cuerpo de cara al esfuerzo del día siguiente, así como para poner en común las bases para la constitución de un club que podría llevar por nombre "ATRONCHAMONTES Sport Institute" aunando, como solo nosotros sabemos hacer, lo básico y sencillo con lo cool de lo internacional chorripijoquetecagas. No obstante, sabemos que es fruto del alcohol y solicitamos vuestra colaboración para que nos aconsejéis, critiquéis u orientéis sobre el particular. Vamos, que admitimos sugerencias...
Nuestras contrarias decidieron no sentarse a nuestro lado ni de casualidad. De vernos correr, ni hablamos... |
A la hora en punto bajó Jorge, Paco a los cinco minutos y yo cuando eran las siete y diez. Luis no bajaba y hubo que llamarle al comprobar que la cara de Paco iba tomando rasgos de entrenador de los juegos olímpicos de Moscú (1980).
El entrenador Paco Vasiliev de buen humor mañanero esperando a Luis Al fondo, el majo de Jorge vestido |
Al final encontramos el sitio (en las instalaciones deportivas de la Universidad de Castilla-La Mancha), desayunamos (bueno, desayuné yo que me comí un sobao, un pastel, un bocadillo de lomo adobado y un café, por ese orden; ellos solo tomaron un triste café con leche) y nos fuimos a calentar.
Lo de la tarde anterior no había sido más que un botón de muestra. Aquéllo no era normal. Los culos femeninos eran... soberbios. Los cuerpos, de ambos sexos, eran de pura fibra o como los de esos modelos de ropa interior que marcan tabletitas y músculos donde nosotros solo tenemos lorzas. Estuvimos un rato buscando a alguien con más perímetro abdominal que yo ¡y no lo encontramos!. Aquéllo era un pase de modelos y nosotros los que montábamos la pasarela.
Pero nos dio igual, a las 8:30 horas, empezamos a correr como jabatos (más gordos que el resto, pero como jabatos) Y desde ese momento y hasta el final hay tantas historias como corredores. Os cuento la mía y los otros tres lebreles, si quieren, que os cuenten la suya en otro post, que esto es gratis.
Nos colocamos al final del grupo (era nuestro sitio) y nada más salir comenzamos a subir, sin parar, durante aproximadamente 2,5 km y unos 200 m de desnivel positivo, lo que empezó a calentar nuestras piernas y acelerar nuestro corazón. Jorge y yo salimos algo más deprisa que Luis y Paco. Pude seguir al del culo gordo y prieto a duras penas. Veía que miraba hacia atrás, por si me descolgaba, lo que sin duda le restó algo de velocidad. Yo iba echando la lengua por falta de calentamiento (o por el lomo adobado, o por el tamaño de mis propios lomos, quién sabe...). Cuando coronamos el Alto de la Guindalera empezamos a descender por un monte precioso por donde casi no entraba el sol, pisando sobre una pequeña senda que zigzageaba casi cubierta de hierba fresca. Gracias a la gravedad unida a mi peso, alcancé a Jorge y nos pasamos todo el descenso diciendo esa frase tan nuestra de ¡qué bonito está el campo! Era espectacular. Pero lo bueno duró poco. Llegamos al Júcar, cruzamos la carretera y empezamos de nuevo a subir desde el kilómetro 5, después de haber pasado por un punto de avituallamiento líquido. Desde entonces, Jorge (y su culo) empezaron a tomar ventaja. Seguí en solitario aquélla interminable subida (en realidad no recorrimos ni 2 km., pero subimos otros 250 m. de altura) que terminaba donde había unas antenas de televisión (debía ser de lo más alto por los alrededores). Desde allí comenzaba nuevamente una bajada de 1 km de distancia hasta llegar al Castillo (zona turística cercana a nuestro hotel que, según nos contó Paco después, le tentó a abandonar la carrera). Allí, cuando habíamos hecho más de la mitad de la carrera, se nos ofrecía un punto de avituallamiento líquido y sólido (con los plátanos y narajas más ricos que he probado en mi vida). Continuamos bajando hacia el Júcar por un escalerón de piedra que daba a una senda estrecha y peligrosa en la que había que ir frenando si no querías volar. Una vez abajo y durante muy pocos metros corrimos a la vera del río, contemplando un paisaje precioso para pasar a la otra vertiente e iniciar el ascenso, esta vez menos inclinado, hacia la ermita de San Julián el Tranquilo, con unas vista preciosas a nuestra derecha que reconfortaban a la vez que hacían olvidar la dureza del recorrido. Sin embargo, éste nos devolvió a la realidad cuando, al llegar a la ermita, tuvimos que encarar una empinadísima (con perdón) subida, para situarnos en lo alto del cerro de la Majestad, hidratándonos en el último punto de avituallamiento líquido, corriendo el final de la carrera por la loma que iba descendiendo suavemente hacia el cerro de las Cruces, encima del barrio de San Antón, hasta llegar nuevamente a la senda que subimos nada más salir, para terminar, sin dejar de bajar suavemente, en la preciada Meta.
La carrera más dura y más bonita que había hecho hasta el momento había terminado y, nada más cruzar la meta, sentí una sensación tan agradable que pensé "el año que viene hacemos la larga". Nada más llegar ví a Jorge estirando (había llegado unos 6 min. antes), cogí la camiseta de recuerdo, un plátano, un trozo de tarta de manzana, una botella de bebida isotónica y una de agua (todo ello por gentileza de la organización) y esperamos a Luis que llegó a los 14 min y a Paco a los 25 min más o menos. A pesar de eso, la cara de Paco era la misma que si saliera de comprar un litro de leche en Mercadona. Ya sabéis como es "el inconmensurable".
Después nos hicimos la foto con las camisetas de recuerdo, nos duchamos y nos fuimos a buscar a las mujeres para recuperar el líquido perdido y regenerar el músculo.
Al final, una organización excelente, un paisaje inigualable, quince kilómetros de carrera, más de ochocientos metros de desnivel positivo acumulado en nuestras piernas y la satisfacción de haber terminado todos sanos y salvos dentro del tiempo oficial y, sobre todo, de haber disfrutado enormemente. En cuanto podamos, más (si puede ser, mejor; si no, no importa)